“El análisis frío de las cosas demostrará cuántas cagadas se mandaron…”
, la frase, en referencia al Presidente, su jefe del segundo piso y varios líderes del sector, no proviene de alguien de la oposición actual, sino de Mario Desbordes, un exministro de este Gobierno que ya comienza a llegar a su fin. El expresidente de la colectividad más grande de Chile Vamos fue brutal a la hora de hacer una evaluación del “saldo” que deja la segunda administración para el sector. Criticó el dogmatismo con que se actuó frente al retiro del 10% y la campaña del terror durante el plebiscito. “Esto tendrá costos para los próximos cincuenta años para nuestro sector”, afirmó. Difícilmente un analista, de cualquier tendencia, se animaría a sacar una conclusión como esa.
Lo cierto es que el balance de Piñera II es paupérrimo. No tanto por los resultados objetivos, sino por la soberbia inicial y las tremendas expectativas que el mismo Mandatario generó –con frases rimbombantes como «seremos el mejor Gobierno de la historia», «la derecha estará 20 años en el poder», etc.–. Un eslogan que se convirtió en una parodia trágica de la realidad –
“tiempos mejores”
–. Sus ácidas críticas a Bachelet y sobrepromesas de campaña en 2017 para La Araucanía, control de la delincuencia –se acabó la puerta giratoria o la fiesta a los delincuentes, aún retumba de su primer Gobierno– y migraciones, que terminaron rebotándole como un trágico búmeran. La peor evaluación pública de todos los presidentes –que ni las vacunas lograron revertir–, distanciado de su sector, un manejo fatal de la crisis social, reacciones tardías de apoyo a la gente en la pandemia, y el sueño de convertirse en un líder internacional –Prosur y Cúcuta–, que terminó por convertirse en una pesadilla, cuando pensó, al inicio de su mandato, que Venezuela podía ser su agenda política interna.
De los ocho largos años de Piñera en el poder, la imagen del rescate de los 33 no solo es lo más destacable, sino que representa también, simbólicamente, la forma en que ejerció el poder el Presidente saliente. Cuando tuvo que actuar el empresario, los resultados positivos son evidentes. A los mineros de Atacama se suma el proceso de vacunación. Negociación, compra y logística perfectas. Sin embargo, a la hora de la gestión política o del cuidado de los conflictos de intereses, emergía el Piñera ambicioso, autorreferente, ególatra, calculador, tomador de decisiones en solitario. Piñera en una pizzería cuando se iniciaba el estallido. Piñera en guerra. La familia Piñera, los alienígenas y la “pérdida de privilegios”. Los hijos de Piñera haciendo negocios en China. Piñera y Dominga. Piñera sin pagar contribuciones en el lago por 30 años. Piñera peleado con Chile Vamos. Piñera haciendo un papelón en Cúcuta.
Estoy de acuerdo con Desbordes en que el Gobierno de Piñera fue un espolonazo para la derecha. Divididos hasta tener que llevar dos candidatos del sector, donde el elegido, el privilegiado por el Mandatario, Sebastián Sichel, no solo fue estrepitosamente derrotado, sino que además salió despotricando con que había sido apuñalado por la espalda. Un Presidente que logró que algunos de los partidos del conglomerado oficialista congelaran su participación, que Allamand y el propio Desbordes tuvieran que ingresar al gabinete para evitar que siguieran peleando como dos escolares en el recreo. Un Mandatario que no fue capaz de tomar partido claro en el plebiscito, que dudó en el momento más complejo, el estallido social, un día hablando en lenguaje bélico y al siguiente sumándose a las expresiones de la calle después de una marcha en que millones de personas coparon el país. Y lo peor, un Presidente que, a la hora más crítica de la pandemia –tuvo mala suerte, hay que decirlo–, optó por cerrar la billetera fiscal al mismo tiempo que pronosticaba el apocalipsis si es que avanzaba el proyecto del retiro del 10% de los fondos previsionales, dejando a la derecha de espaldas a la gente, especialmente de los sectores medios, que tuvieron que arreglárselas como pudieron.
Pero la falta de gestión política y poca sintonía con los ciudadanos también se evidenció en algunos de sus acompañantes en La Moneda, como el frío y errático Larroulet, criticado por moros y cristianos, especialmente los propios. O Varela, que recomendaba hacer bingos para reparar los techos de las escuelas pobres y rurales. O su ministro que invitaba a levantarse más temprano para ahorrarse los 30 pesos del alza en los pasajes. O la ministra de Educación que descalificaba a los estudiantes y profesores. Y, claro, con un canciller que abandonó su puesto durante casi dos meses, preocupado de su futuro trabajo. O el otrora ministro de Salud que creía que el COVID-19 se podía volver bueno. O los socios que compraron un proyecto con la condición de que no les declararan el lugar como zona protegida.
Para ser el “mejor Presidente de la historia”, Piñera necesitaba no solo que la inversión extranjera y el PIB crecieran, sino también sintonizar con los(as) ciudadanos(as). Y, por supuesto, entender que la desigualdad y la rabia acumulada por los abusos –como la colusión– no se solucionaban con un alza de unos pocos pesos en un subsidio, sino con liderar transformaciones que incluso podían afectar los intereses de los amigos, de los conocidos y los propios. Creo que Piñera jamás entendió que seguir actuando como superrico –su fortuna aumentó en la pandemia con fideicomiso incluido– le generaba una profunda grieta con la gente. Estoy convencido de que el Mandatario volvió a presentarse en 2017 porque pensó que su Gobierno anterior le había dejado una sensación amarga: la falta de cariño de los(as) ciudadanos(as). Para su desgracia, termina con apenas un 20% de aprobación, llegando a tener 6% en diciembre de 2019, el resultado más bajo obtenido por un gobernante en Latinoamérica, con la excepción de Alejandro Toledo en Perú, que alcanzó un 4%.
Veremos qué rol cumple Sebastián Piñera en el futuro. Por ahora es el momento del silencio, el descanso –no era necesario salir de vacaciones a punto de terminar su período, un error de cálculo final– y de ordenar las ideas. De seguro, el actual Mandatario intentará influir en la derecha chilena, aunque esta vez será más difícil que, cuando durante el Gobierno de Michelle Bachelet, armó su headquarter en la oficina de Apoquindo y preparó su retorno junto a los fieles Andrés Chadwick y Cecilia Pérez. Aunque hoy las relaciones con su sector están deterioradas, el poder y el dinero pueden ser un factor relevante para volver a influir –ya lo saben en RN con Carlos Larraín– y, en una de esas, intentar reflotar su anhelada idea del piñerismo. Tal vez busque un cargo internacional, tratando de seguir la ruta de Bachelet, aunque eso se ve muy difícil. Sin embargo, por ahora, es mejor reflexionar, analizar y pensar por que falló la apuesta.
Por Germán Silva Cuadra 28 febrero, 2022